RETO #1 - Buscando el pseudónimo perfecto
...BUSCANDO EL PSEUDÓNIMO PERFECTO...
Allí estaba él: sentado en su butaca favorita, rodeado de todas las
historias que le habían inspirado y que le habían transportado horas y horas a
lugares infinitos; con las que había podido viajar a lugares remotos y cercanos;
con sus compañeros de aventuras que le animaban desde las páginas a seguir luchando
por un sueño que llevaba lustros, incluso décadas, anhelando conseguir pero sin
ningún tipo de progreso positivo. Pero ahora era el momento decisivo: estaba
completamente seguro que lo iba a conseguir y la respuesta la tenía al alcance
de sus manos.
Llevaba varios meses trabajando
duramente en un nuevo proyecto de escritura y, a los pocos que se lo dio a
leer, estaban completamente seguros que ahora había llegado el momento: esta
era lo ocasión de empezar a vivir ese sueño que le quemaba dentro de su corazón
desde la juventud. Podría convertirse en un escritor.
Obviamente, su vida laboral poco
tenía que ver con este mundo y, al tratarse de una persona bastante conocida en
su entorno, no quería que se le vinculara de buenas a primeras con esta
aventura. Ya ves, caprichos del escritor novel que sigue sintiendo el miedo al
rechazo…
Es por eso que nos encontramos en
esta pequeña habitación cuadrada, observando desde lejos al escritor sentado en
su butaca del rincón. A su derecha, una larga estantería recubría la pared del
suelo al techo, abigarrada de ejemplares que había leído a lo largo de su vida
y escuchando los consejos que le transmitían sus personajes. A su izquierda, una
lámpara de pie con su flexo lector que apuntaba directamente a su regazo donde
reposaba un pequeño cuaderno lleno de tachones. Era el único punto de luz
encendido en aquel momento en la habitación. Al otro lado de la lámpara, podemos
reconocer la mesa de la creatividad, donde la magia surge: su escritorio frente
a la ventana que le abre sus hojas al mundo exterior y le ayuda a visualizar ante
sus ojos las ideas que fluyen de su mente. Tampoco puede faltar una cantidad
ingente de cuadernos abiertos, millones de anotaciones en pedazos de papel
inconexos (desde servilletas de bares a la trasera de una caja de cereales
pasando por la servilleta de la boda de su amiga Carlota), bolígrafos con el
capuchón mordisqueado, dibujos de espirales delirantes y un sinfín de papeles
que entierran la superficie de la mesa en su centro. Al lado, perfectamente
colocado, su ordenador portátil junto con la impresora y un montón de folios
donde se puede leer: “La aventura sinfín” por … Ahí radica el principal
problema. ¿Quién debe firmar este ejemplar para ser enviado a las editoriales?
Ese pensamiento le lleva rondando
durante las casi dos horas que lleva sentado en su butaca, contemplando con
ojos absortos la pared opuesta a la estantería donde se encuentran los
recuerdos parlanchines de momentos felices, con imágenes suaves y alguna que
otra frase motivadora enmarcada esperando que la respuesta llegue como una musa
que le visita de vez en cuando para ayudarle en el proceso de la escritura.
Pero parece ser que, en esta ocasión, se han olvidado de él.
Ha probado con casi todo lo que se
le ocurría: hacer una lista de nombres y de apellidos, lanzar un dado e ir
tachando en estricto orden pero el resultado le parecía descorazonador: Pablo
Picasso no era un nombre para que pudiera usar como pseudónimo; obviamente, lo
podrían llegar a comparar con el genio de la pintura y no tenía nada que ver (¡ni
en sus sueños más locos!). Otra opción que había barajado era escoger varios
libros al azar de su estantería -con los ojos cerrados, por supuesto- y jugar a
ver cómo podían llegar a encajar. El resultado también le resultó nefasto: Puri
Descalzos, Medina Rodríguez, Mónica Dante… ¿Por qué le resultaba difícil verse reflejado
en alguno de estos nombres? Pensaba y pensaba y volvía a pensar; con lo fácil
que le resultaba acoger en su fuero interno las características de los
personajes que creaba y fundirse con ellos y algo tan aparentemente sencillo
como un pseudónimo lo llevaba de cráneo.
Hizo un par de llamadas a sus
amigos para ver qué nombre le pegaba más si no le conocieran y sus amigos lo
tomaron por un loco excéntrico. Lo mejor que escuchó de ellos fue si pensaba
cambiarse la identidad para abandonar el país por miedo a las malas críticas. Sobra
decir que ninguno llegó a ayudarle…
Cuando estaba próximo a rendirse su
expresión facial fue cambiando casi imperceptiblemente. Nosotros, como meros
observadores, somos capaces de darnos cuenta -claro, ya me encargo yo como
narrador de notificarlo para que se aprecie- y vemos cómo va generándose el
germen de una idea magnífica. ¿Cómo era posible que no se le hubiese ocurrido
antes? ¡Era un pseudónimo perfecto para él! Simple, conciso y fácil de
recordar.
Lo garabetea repetidas veces en su
cuaderno, con distintas caligrafías, en mayúsculas, minúsculas, haciendo
incluso una rúbrica perfecta… ¡Eso era! ¡Lo tenía! De un salto se levanta de la
butaca y se dirige a la pila de folios que reposan junto al ordenador, coge
cuidadosamente la pluma que reserva para momentos muy concretos y escribe
debajo del título: por… Anidé Idean. Se echó a reír para sí mismo, ¿cómo no se
le había ocurrido antes jugar al juego de Homero con el personaje de Ulises
cuando lo definió como “nadie” ante el cíclope Polifemo?
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